“Hay mucho que ganamos cuando aprendemos a perder” por la Lic. María Eugenia Piaggio


El Dr. Joaquín Grehan es médico Máster en Psiconeuroendocrinoinmunología y especialista en Medicina del estrés y estilo de vida. Su mirada sobre la construcción del bienestar nos ayuda a saber cómo impacta en nuestro cuerpo aquello que pensamos y de qué manera el buen manejo de nuestras emociones puede ayudarnos a vivir mejor.

El estrés crónico perjudica la salud y afecta el estado de ánimo, los vínculos, los hábitos de alimentación, entre otras cosas. Las personas que viven con altos niveles de estrés frecuentemente se convencen de que la única manera de vivir lo que les está pasando es con un intenso malestar. De esa manera, están dinamitando las alternativas desde adentro. 

Joaquín Grehan, conocido en Instagram como el doctor del Estrés, explica qué podemos hacer para recuperar el equilibrio cuando lo hemos perdido y por qué es tan importante cuidarnos, no solo a nivel físico, sino también mental y espiritual.

¿Qué pierden las personas que viven con estrés?

Un indicador muy importante es la capacidad de disfrute sano, que no tiene que ver con estímulos dopaminérgicos, de un alto nivel de excitación o placer, sino que son esos momentos simples. Por ejemplo, cuando estás compartiendo unos mates con alguien y sentís un estado de conexión con esa situación y es como que el tiempo deja de pasar y la mente te deja de acechar. Es lo que algunos llaman el “Flow con la vida”. Hay estudios de la psicología positiva que afirman que uno de los indicadores de bienestar es cuando sabes fluir con la vida. 

Obviamente es difícil estar constantemente en ese flow, pero es importante tener esos momentos y saber generarlos. Entonces, lo primero que se pierde una persona con estrés es el disfrute y el gozo de la vida. 

¿Cuál es el riesgo de vivir con estrés?

Principalmente, el riesgo es vivir mal. Yo siempre digo que, si te interesa tu vida, si querés vivir bien hay que darle valor al bienestar. Muchas veces reaccionamos recién cuando hay una enfermedad o una situación límite. Cuando hablamos de estrés no hablamos solamente de la típica reacción que está relacionada con la suba de cortisol, la adrenalina, la activación del eje hipotalámico hipofisario adrenal, sino de una presión que va a ser diferente para cada persona. La forma en que genera un aumento de la carga alostática, que es esa presión extra que le generamos a nuestra fisiología desde todos estos mecanismos cuerpo – mente, va a estar relacionada con nuestra genética y recursos de afrontamiento aprendidos. Esa presión va a ir desgastando distintas áreas de la fisiología de cada persona y hoy se considera que en el 80% por ciento de las enfermedades no transmisibles relacionadas con el estilo de vida, el componente de estrés es muy importante tanto para la aparición como para la progresión. Sobre todo los impactos en todos los sistemas inmunológicos. Además, vivir con estrés empeora los vínculos. 

¿Qué se puede hacer para ayudar a las personas que están vinculadas con alguien que vive con estrés?

Lo peor que se le puede decir a una persona que está estresada es que no se estrese. Lo que debemos aceptar es que es bueno querer ayudar y estar abierto a hacerlo, pero tenemos que entender que las personas somos como una nuez. Cuando la nuez no está madura puede pasarle un tractor por encima y no se rompe, pero cuando está en el punto justo uno la puede abrir con una mano. A veces, las personas no están en su momento y necesitan ser acompañadas desde la vereda de enfrente. Nunca no acompañar, pero es importante ayudar a tomar conciencia y a hacer el proceso con más cuidado. La realidad es que si la persona no toma conciencia de que tiene que trabajar consigo misma y mejorar, por más que lo lleven a un terapeuta, si esa motivación interna no está, no va a haber un cambio sostenible en el tiempo. 

 

CUIDAR A LOS QUE CUIDAN Y CUIDARSE A SÍ MISMO

Parece un trabalenguas, pero lo cierto es que tras la dificultad cacofónica de la frase se esconde un concepto muy importante relacionado con las necesidades de las personas que curan. La capacidad de ubicarse en el rol de cuidador y desconectarse del trabajo cuando este termina son claves para no caer en un desgaste físico y emocional. 

¿Cómo fue su camino personal hasta llegar a ser el Dr. del estrés?

En mi familia, si bien no hay médicos, siempre estuvo presente el tema de las emociones y la enfermedad. Mi bisabuelo ocupó cargo político en su momento y terminó muy desilusionado; al poco tiempo se murió de un cáncer fulminante a los 53 años. Esto dejó en mi familia un registro muy profundo de la mente, las emociones y demás. Eso me llevó a estudiar medicina y PsicoNeuroInmunoEndocrinología y a hacer todo este camino. 


¿Qué diferencia hay entre su propuesta y la de la medicina de la salud mental tradicional?

Al principio comencé especializándome en psiquiatría, pero en ese entonces todavía se hablaba mucho de enfermedades psicosomáticas como si fuesen cosas de autosugestión. Yo sentía que mi formación tenía que estar un poco más abierta, pero, al mismo tiempo, basada en evidencia. No me sentía satisfecho con aprender a diagnosticar y medicar. Saber los diagnósticos es muy importante y, si bien muchas veces uso medicación en los pacientes que lo requieren, yo pongo el foco en ayudar a la persona a mejorar su regulación interna. De alguna manera me enfoco a ayudar a las personas a ser resilientes, a enfrentar los desafíos con menos desgaste. Desde ese lugar, sentí que había un sistema médico al que me tenía que adaptar de una manera en la que no me sentía cómodo, pero tampoco me interesaban las propuestas sobre estos temas focalizadas en una especie de pensamiento positivo o pensamiento mágico. Y eso me impulsó a hacer este camino y dedicarme a generar conciencia en las personas sobre la relación entre el cuerpo y la mente.

Usted cuida a los pacientes, pero ¿quién lo cuida a usted?

Bueno, las relaciones son muy importantes. Mantener los vínculos fuertes con buena conexión e intimidad es muy importante. No es necesario que sean muchos, pero es lo que te sostiene en los momentos difíciles. Después, la meditación y ejercicio físico son dos compañeros que tienen que estar y también tengo un terapeuta que, si lo necesito, recurro a él. No tengo una terapia fija, pero sé que puedo recurrir a él en algunos momentos y eso me ayuda. 

¿Qué cuidados se da a usted mismo para cargar las situaciones difíciles que le traen sus pacientes sin dañarse?

Al principio me cargaba con todo. Simplemente aprendí a no involucrarme. Trato de dar lo mejor, de ayudarlo a salir y ser empático con lo que le pasa, pero no me involucro. La clave es ocupar un rol de ayudar, de guiar, de colaborar para que aprenda algo, pero tratar de que su drama personal no se convierta en mi drama personal. Cuando una persona te convence de que su drama es un drama ya somos dos que estamos atrapados en el drama. Eso lo aprendí con la experiencia. Y ahora puedo trabajar más con menos desgaste. 

 

SOBRELLEVAR LOS OBSTÁCULOS

Nuestra mente tiene el poder de afrontar las adversidades y a través de la resiliencia re-generar el equilibrio. 

Seguramente haya tenido un paciente que no logró lo que se proponía, ¿cómo lo afectan esos casos?

Yo no lo veo de esa manera. Esto es una ciencia y un arte, y yo me enfoco siempre en tratar de sumar. Lo que cada persona puede absorber es muy variable. Yo trato de enfocarme en la persona que tengo enfrente y ayudarla en todo lo que pueda. Al mismo tiempo, sé que la persona va a hacer también lo que pueda. A veces me encuentro con las limitaciones de mis propios recursos, de mi llegada, y otras, no hay buen engagement terapéutico con el paciente, pero en ese sentido trato de dar lo mejor. Con algunos avanzás mucho y con otros, te cuesta más. A veces, algunas personas se encuentran con trabas porque tienen poca autoconciencia y auto-registro. 

¿Y cómo sobrelleva el fracaso?

Para operar en un nivel de alto rendimiento tenemos que aprender a dar lo mejor, soltar el resultado y estar preparados para procesar el fracaso. Llevar bien un mal resultado no es ni reprimir lo que nos genera ni caer en un dramatismo. Es un camino delicado en medio de esas dos cosas. Hay mucho que ganamos cuando aprendemos a perder. Tenemos que aprender a perder sin perder el equilibro, sin perdernos a nosotros mismos.